Juan José Campanella se ha convertido quizá en el único director argentino en actividad capaz de convocar público a las salas con la sola mención de su nombre como responsable de la realización de una película. En esta oportunidad, la expectativa se ve incrementada por la novedad que conlleva el hecho de su "debut" como director de una producción animada con técnicas digitales. Lo primero que hay que decir es que Campanella sale airoso del reto que implica un filme de estas características; e inmediatamente debe agregarse que lo hace sin renunciar a una línea artística y creativa que ya se ha convertido en su propia marca de fábrica.
La película reconoce parentescos más que evidentes, sobre todo con otro título del propio Campanella: "Luna de Avellaneda". Sin embargo, en esta oportunidad, tanto el tema como el tratamiento estético están coherentemente en línea con la técnica de realización. Los personajes creados para el filme son arquetípicos pero no por esto poco originales; el héroe (o antihéroe, de acuerdo con lo que ya es una constante en los temas "campanellianos"), la "muchacha" y el "villano" están dentro de los moldes conocidos. Donde se ve toda la imaginación y la originalidad de la producción es en los personajes "secundarios": los habitantes del pueblito en el que transcurre la historia y, sobre todo, los pequeños jugadores de plomo del viejo metegol del bar cuando mágicamente cobran vida y existencia propia.
La realización técnica está a la altura de cualquier producción de nivel internacional; la audacia de ciertos encuadres y la excelencia del montaje (también responsabilidad de Campanella) figuran entre los puntos más altos de la producción. Quizá se le puedan reprochar ciertas inconsistencias al guión, pero debe recordarse en todo momento que no se trata de otra cosa que de una trama al servicio de la diversión, sin pretensiones de debate sociológico o de retrato político y social de una determinada época y lugar.
La tensión dramática del relato está bien administrada, alternando momentos de acción pura con otros más reflexivos que sirven como "descanso" para el ritmo del relato. Y los tres grandes nudos de la acción propiamente dicha están presentados en otros tantos escenarios magníficamente resueltos desde el punto de vista formal: el basural, el parque de diversiones y el mega estadio en el que se desarrolla el partido que resuelve la trama. Un elemento presente, y del que también sabe hacer buen uso el director-guionista es el humor; en este caso, repartido fundamentalmente en las intervenciones de los pequeños jugadores del legendario metegol.
Por ser ésta una producción sumamente ambiciosa, cabe plantearse una reflexión final: el mercado nacional es notoriamente insuficiente como para recuperar la inversión realizada, por lo que resulta indispensable una eficiente distribución internacional de la película; vale preguntarse entonces cuál será la reacción de públicos de otras latitudes ante regionalismos muy marcados tanto en la trama como en la construcción de los personajes (sobre todo en el doblaje de los pequeños jugadores de plomo). Sin duda es uno de los desafíos más exigentes ante los que tendrá que demostrar sus virtudes la realización de Campanella.